por Alice Miller
Hay, en todo dictador, asesino o terrorista, por más terrible que sea y sin ninguna excepción, un niño quien fue alguna vez gravemente maltratado, y quien, para sobrevivir, tuvo que negar totalmente sus sentimientos de completa impotencia. Pero esta negación radical del sufrimiento que soportó comportó a un vacío interior, y, en muchos de estos seres, una paro del desarrollo de la capacidad innata de compasión.
El destruir vidas humanas, incluyendo la de ellos mismos, reducido al estado de vació, no les ocasiona ningún problema.
Hoy en día podemos descubrir sobre las pantallas del ordenador las lesiones provocadas en el cerebro de los niños destruídos o privados de cuidados. Numerosos artículos de especialista de la investigación sobre el cerebro, entre otros de Bruce D. Perry, quien es igualmente pedopsiquiatra, nos aportan informaciones muy valiosas sobre este tema.
Contrariamente a lo que uno creía hasta una época reciente, nosotros no venimos a este mundo con un cerebro completamente formado: el se desarrolla durante los primeros años de la vida, y lo que uno le hace a la criatura en el curso de este período, en bien como en mal, deja frecuentemente huellas imborrables. Debido a que nuestro cerebro conserva la memoria corporal y emocional –aunque, lamentablemente! no forzosamente mental- de todo lo que nos ha sucedido. Si la criatura no tiene, a su lado, una persona capaz de ayudarle, el aprende a magnificar lo que ha conocido: la crueldad, la brutalidad, la hipocresía y la ignorancia. Porque el niño solo aprende por imitación, y no absorve lo que uno busca a inculcarle con bellas palabras bien intencionadas. Mas tarde, aquel que habrá crecido sin un apoyo de alguien que le de seguridad llegará a ser un instigador de masacres, muerte en serie, padrino de
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